Si la población venezolana se dividiera en ideas y proyectos, un creciente sector de la sociedad consolidaría en el grupo de los emigrantes. Las ideas van y vienen, fluyen, se relajan al ver lo bonito del país, pero sulfuran en medio de una cola para comprar productos de la cesta básica. Muchos toman la mala decisión de viajar a otro país sin considerar todas las opciones o alternativas de situaciones que se pueden presentar durante la travesía. La migración irresponsable existe y solo nos debe preocupar una sola cosa, saber si el plan que nosotros estamos haciendo vale la pena o no, es seguro y garantiza nuestro proyecto de vida en otro país.
Hoy hacemos eco de un tremendo artículo del portal Corazón Colombia en el que nos relatan la anécdota de un venezolano que sin pensar las consecuencias se fue al país hermano a probar la suerte a partir de comentarios sobre una «Visa Fácil» y su viaje se condujo al retorno gracias a la ayuda de los mismos dueños de este portal y de colombianos de buena fe que lo guiaron hasta que se devolvió a la capital venezolana. Sigue la historia en este portal si lo deseas.
Muchos de ustedes habrán visto esta semana un post que publiqué en el grupo de Facebook “Venezolanos en Bogotá” en el que les pedía ayuda a un muchacho venezolano que se vino hace unos dos meses sin papeles para trabajar legalmente en Colombia ni contactos ni mucho dinero. Está durmiendo en un antro de la capital junto a indigentes y viciosos; no ha podido encontrar un trabajo que le permita ni siquiera comer dos veces al día y no tiene recursos para regresarse.
Gracias a la generosidad de Guipper Pérez, Carolina Olivares y Alcides Verde logré comprarle el pasaje en bus hasta Cúcuta, y –con algo de efectivo en pesos y bolívares que le daremos– confiamos en que el domingo crucé la frontera; allá podrá moverse con la ayuda económica de su familia para llegar a Caracas. Mientras, Elías Tokatli, dueño de Canaima Bistro (a quien creo que podemos agradecer acudiendo a su negocio), generosamente se ofreció a brindarle las comidas que necesite. Alejandro Fernández Granados va a encontrarse con el muchacho en el terminal para darle el pasaje y el dinero.
Ha sido un trabajo en equipo en el que cada quien aportó lo que podía; mucha gente más ofreció su ayuda en distintas formas, incluso desde el exterior. Para mí fue un compromiso –y una razón de estrés– manejar dinero ajeno de personas que no me conocen. Así como yo me conmoví por la situación de este venezolano, varios compatriotas y hermanos colombianos también lo hicieron y colaboraron ciegamente. Y me ha hecho pensar lo vulnerables que somos a que algún vivo se aproveche de nosotros.
Han sido días de reflexión a causa de este caso. Me di cuenta –y me lo confirmaron varias personas que hablaron con el joven– de la ingenuidad de esta persona que se vino creyendo que bastaba venirse a Bogotá y buscar cualquier empleo para que le dieran la visa de trabajo. Yo no podía creerlo cuando me escribió que él quiere pedir “la visa más fácil”. Se vino sin ni siquiera averiguar qué posibilidades tiene de permanecer legal en Colombia. Tuve que echarle una descarga para que ponga los pies en tierra.
La “visa fácil” no existe. Si aspiras a la visa de trabajo, el empleador debe ganar un promedio de 100 salarios mínimos mensuales si es una persona jurídica y 10 salarios mínimos mensuales si es persona natural. No cualquiera te puede contratar. Si vienes como empresario debes invertir 100 salarios mínimos para optar por la visa. Si quieres tener visa de propietario de inmueble debe ser una propiedad de 350 salarios mínimos y esa visa NO te da derecho a ejercer actividades comerciales o profesionales. Es decir, aquí se viene con trabajo o con dinero, a menos que no te importe vivir buscando la manera de saltarse la legalidad y con el riesgo permanente de deportación.
La “visa fácil” no debe existir. Lo lamento, pero la verdad es que Colombia –y cualquier nación– tiene el derecho de filtrar la clase de inmigrante que quiere tener. Las razones históricas y de hermandad no son suficientes para pretender que debe haber una flexibilización en las exigencias que hacen los países para otorgar visas. Incluso, las razones humanitarias deben ser revisadas con lupa, pues ninguna nación está en condiciones de recibir masivamente y sin ayuda a una legión de desplazados que -en su mayoría- no pueden aportar gran cosa al aparato productivo y si lo pueden aportar deben justificar por qué él y no un natural del país.
En cualquier caso, Colombia otorga una visa refugiado o asilado para casos concretos.
Estas palabras pueden caer muy mal viniendo de una venezolana que hasta hace pocos meses vivió (y sufrió) el colapso económico en el que está Venezuela, que se suma a los ya viejos problemas de inseguridad, derechos humanos, inestabilidad política, etc. No soy quien para juzgar la desesperación de las personas que se arriesgan a migrar como ilegales, pero creo que hay que tener la madurez y honestidad de asumir que ese tipo de migración representa un problema para las naciones receptoras.
No solo eso, es un riesgo personal que puede tener consecuencias impredecibles. Ayer camino al terminal para comprar el pasaje pensaba: ¿qué haría yo en otro país como ilegal, sin trabajo, sin dinero, sin conocidos… en la indigencia? Posiblemente lo que hizo este chamo: buscar a ayuda de mis compatriotas. Lo ayudamos con cariño, con solidaridad y buenas intenciones, pero ¿cuántos más hay cómo él? ¿Hasta qué punto debemos hacernos cargo de gente que migra irresponsablemente y sin planificación? ¿No es esta actitud un respaldo a la inmigración ilegal? Está claro que no podemos dejarlo desamparado en la indigencia, pero hay implicaciones a considerar.
Como comentó alguien en el grupo, una cosa es que te vengas con un plan y las cosas te salgan mal; otra es que asumas que “como vaya viniendo vamos viendo”. Otra persona comentaba acertadamente que muchas veces la decisión de aventurarse es porque quienes ya migraron dicen: “vente, a mí me va buenísimo”, “Aunque no tengas papeles con ganas y actitud positiva todo se puede”, “échale pichón que cuando estés aquí te ayudamos”
Sin dudas esos mensajes de apoyo y motivación tienen buenas intenciones, pero la realidad es que hay a quienes les va buenísimo y hay quienes se regresan sin medio en el bolsillo y un fracaso a cuestas. Para empezar, el concepto de “buenísimo” cambia de persona a persona. “Buenísimo” para mí incluye estar legal, no vivir con la preocupación de que cualquier día me pueden deportar; también es tener un trabajo con todos los beneficios garantizados, porque no pueden aprovecharse de una situación migratoria irregular.
Por otro lado, es falso que con ganas y buena actitud todo se puede. Yo tengo ciudadanía colombiana y una formación académica y experiencia laboral con la que en Venezuela cada tres o cuatro meses me llamaba un head-hunter para hacerme una oferta de trabajo; pues llevo más de tres meses buscando trabajo aquí. Es cierto que no quiero trabajar “de lo que sea”, quizás alguien con más amplitud no tardaría ese tiempo en colocarse, pero es un ejemplo de que el trabajo no es instantáneo para todos.
También les recomiendo que tengan mucho cuidado con ese “cuando estés aquí te ayudamos”. Sé de una pareja que se mudó a Portugal porque una amiga los ayudaría allá; la supuesta amiga no apareció nunca. Esas ofertas nunca se deben tomar como un compromiso, por lo que mi alerta es a no hacer planes basados en palabras dichas con muy buena voluntad, pero sin firmeza. Al final, cada quien tiene sus propias preocupaciones.
Todo este post es para contarles qué pasó con la ayuda que solicité, así como para pedirles que migren planificada y responsablemente. Nadie está exento de que los planes se le malogren o de que un golpe de suerte le ayude a quedarse en las mejores condiciones, pero eso de “como vaya viniendo vamos viendo” te puede llevar a la indigencia más fácilmente de lo que quieres creer.
A quienes consideran que la solución es buscarle empleo a los turistas que vienen a buscar trabajo, les recomiendo el post: “¿A qué te expones cuando contratas a un inmigrante sin visa?“, hecho con la intención de que ningún empresario arriesgue su negocio por desconocimiento.