No acostumbramos a replicar malas experiencias de emigrantes, no somos una comunidad que trata de desanimar a los viajeros con historias que resten interés a las intenciones de los que quieren un futuro mejor en otro país. Sin embargo, mucha información que conseguimos en las redes sobre Panamá no es tan alentadora como debería por ser un país con una economía en franco crecimiento. Esta historia presentada por Runrunes en el mes de diciembre nos da una idea de que los planes que realizas nunca salen como lo esperas, en especial cuando se supone que cuentas con el respaldo de una empresa que te lleva con cierta seguridad a Panamá a trabajar.
Hay un dejo de tristeza en la mirada de Agustino Bianco que lo acompaña adonde quiera que va. Es un hombre de pocas palabras, de esos que prefieren permanecer callado en las reuniones del colegio donde estudian sus hijas de 8 y 14 años. Las camisas le quedan cada vez más holgadas pero aún su delgadez no es extrema. No es posible dilucidar si está comiendo poco o es de los que rebaja varios kilos de un tirón cuando la preocupación lo arropa. En el caso de Bianco, ambas cosas son probables.
Bianco se mudó a Panamá por una oportunidad profesional. La empresa de tuberías industriales donde trabajaba de gerente de ventas cerró operaciones en Valencia, estado Carabobo, con la intención de arrancar de cero en Centroamérica.
La firma le tramitó su residencia como profesional extranjero con su respectivo permiso de trabajo. Pero cuando todo estaba listo para arrancar, los dueños firmaron un nuevo contrato con el gobierno venezolano y dejaron “guindando” a los ingenieros “trasladados”. La solución que le ofrecieron a Bianco fue reengancharlo en Venezuela con salario de vendedor raso sin rango gerencial.
Como ya había entregado el apartamento donde vivía alquilado en Venezuela, Bianco decidió abrirse paso por su cuenta en la capital panameña sin amigos y con muy pocos ahorros.
“Ha sido muy duro salir adelante«, cuenta el valenciano de padre italiano. El presupuesto que calculó inicialmente para mantener a su esposa y dos hijas distó mucho de la cantidad de dólares que en realidad necesitaba. En pocos meses, no tuvo otra alternativa que mudarse de un cómodo apartamento amueblado en una de las avenidas más transitadas de la capital a un pequeño estudio a 40 kilómetros de la ciudad.
Los cuatro integrantes de la familia Bianco ya llevan un año en el pequeño apartamento sin muebles. Lo único que tienen son dos colchones inflables y los artículos personales que guardan en sus maletas.
Y si bien es cierto que Panamá tiene el mayor crecimiento económico de América Latina, con un PIB de 5,8 por ciento en 2015, su capital también es una de las urbes más costosas de la región.
Según la publicación digital Encuentra 24, el precio promedio de un apartamento sin amueblar de 70 metros cuadrados en una avenida comercial, con acceso a transporte público como Vía Porras, oscila entre 900 y 1.200 dólares mensuales.
En las ciudades dormitorios de Arraiján o Tocumen, los precios pueden bajar hasta los 400 dólares, pero los embotellamientos en las horas picos son exasperantes y la gasolina carísima. Con un precio que ronda los 0,79 centavos de dólar por litro, llenar un tanque puede costar hasta 30 dólares.
Para los Bianco vivir fuera de la ciudad ha sido una prueba de fuego. Tienen que despertar a sus niñas a las 4:30 para que lleguen al colegio a las 7:00 y ellos a las 8:00 a la oficina. Además de desembolsar 250 dólares mensuales de gasolina.
Laura Díaz, la esposa de Agustino, ha llorado mucho en los 18 meses que tienen viviendo en Panamá. Hija de padres canarios, Díaz creció en una familia de clase media en San Fernando de Apure. Y aunque no abundaban los lujos, tampoco supo de privaciones hasta el día que decidió mudarse al extranjero.
Ella no extraña los estrenos ni la peluquería, pero le duele no tener dinero para pagar todos los útiles del colegio y una alimentación balanceada para sus hijas. Le parece una ironía que en Venezuela tenía plata y no encontraba lo que quería. Y en Panamá consigue de todo, pero tiene que conformarse con mirar lo que quiere a la distancia, desde el lado de afuera de la vitrina.
“Si pudiera devolver el tiempo y comenzar de cero, averiguaría muy bien cuáles son los oficios y las carreras que puedes desarrollar. Nosotros nos dedicamos a las ventas, y nos vinimos pensando que esto era un paraíso. No conocíamos cómo se maneja la parte comercial, cómo se vende, cómo son las comisiones, cómo son los salarios”, expresó Díaz.
“Pienso que muchos venezolanos nos venimos y decimos: allá resolvemos, si en Venezuela hemos vivido todo lo que hemos vivido, allá hacemos lo que sea, empezando de cero, y resulta que no es tan sencillo. Panamá es un país que te pone muchas limitaciones para ejercer muchas profesiones. Hemos evaluado irnos a España porque yo soy española y allí al día siguiente tengo cédula. Aquí tengo que gastar mucho dinero. Todas las carreras están protegidas”.
Díaz se refiere a los llamados “certificados de idoneidad profesional” exigidos por la ley para ejercer una larga lista de carreras como la medicina, odontología, derecho, psicología, ingeniería, arquitectura, contaduría, periodismo.
Para optar por la idoneidad es indispensable recorrer un largo camino, invertir unos 3 mil dólares y reunir muchos requisitos para alcanzar el primer objetivo, que es una residencia permanente. Si logras ser residente, y aún deseas ejercer una profesión protegida, debes naturalizarte panameño, para lo cual debes vivir en el país durante 5 años y renunciar a tu nacionalidad de origen.
La apureña recomienda sacar bien las cuentas si decides mudarte a Panamá con toda la familia “porque con hijos la cosa es mucho más difícil”. Cree que es necesario venir con ahorros para tener una base para arrancar y tener mucha cautela a la hora de gastar durante los primeros meses del proceso migratorio.
“Más allá de muchos errores que cometimos que hoy no cometería, pienso que no escogería Panamá. Como hija de española, Europa sería mi opción. La legalidad es muy importante. Y aquí es muy caro sacar la documentación. Pero cuando vemos la situación que se vive en Venezuela sentimos que para atrás no hay regreso. Creo que no nos vamos a quedar aquí, pero a Venezuela no regresamos”.